Porque
quererte iba a ser uno de mis objetivos, pero ahora que callas tanto… ya no sé
si otorgas; ya no sé si merece la pena querer quererte o simplemente querer
estar contigo. Las fuerzas se agotan y me siento ridícula.
¿Por
qué tuviste que venir con tus lindos ojos y tu amplia sonrisa? ¿Por qué tuviste
que venir con tu amable conversación y tus elogios de “a ratos”? (esos que
ahora no tengo y tanto echo de menos).
Ha
sido muy poco tiempo, lo sé, casi ni me había dado cuenta de lo que me
importas, y puede que por eso tampoco te hayas dado cuenta tú.
No
te conocía y es cierto que no lo había notado… pero también lo es el hecho de
que ya sin ti, sin tus charlas, no es lo mismo. Porque cada vez que me saludas
se me pone una sonrisa en la cara y me late deprisa el corazón. Porque cada
vez que estás cerca no puedo pensar con claridad… porque… no sé por qué.
Aunque
no sea recíproco no me enfadaré… Puede que llore, salte o me maldiga. Odiaré tu
sonrisa, tus ojos y tu forma de mirarme. Odiaré cómo se moverá tu boca, cómo me
sentiré si me rozas y lo que me dirás al hablar. Odiaré que me gustes y que ya
no pueda más.
Sin
embargo, como dicen unas rimas que no son mías pero que bien podrían serlo:
“Odio
cómo me hablas y también tu aspecto. No soporto que me mires así. Aborrezco que
leas mi pensamiento. Me repugna tanto lo que siento que hasta me salen las rimas.
Odio que me mientas y que tengas razón. Odio que alegres mi corazón, pero aún
más que me hagas llorar. Odio no tenerte cerca y que no me hayas llamado. Pero
sobre todo odio no poder odiarte, porque no te odio, ni siquiera un poco… nada
en absoluto”.
*La cita entre comillas
forma parte de la película americana Diez
razones para odiarte.