Una
niña ansiosa. Una niña miraba por la ventana inquieta. Eran las ocho y diez de
la mañana. Los viajes en autobús parecía que se la hacían eternos. Un
contagioso bostezo hizo que otras cinco personas que allí se encontraban
empatizasen con ella.
Por
su cara, debía pensar que no le compensa nada eso de ir en autobús; era un
transporte demasiado lento para su gusto. Esto de que su familia tuviese en el
pueblo una casa rural e hicieran una comida casi todos los fines de semana era
bastante aburrido. Apenas había niños y no podía jugar con nadie, ya que su
hermana era bastante más mayor que ella y los temas adolescentes, al menos de
momento, no los controlaba.
La
lluvia caía sin cesar; no daba tregua a los habitantes de la ciudad.Escañaba
con fuerza y la mirada de la gente se clavó en la niña con pelo castaño y
empapado que ocupaba el asiento de atrás junto a una señora. Ella le hablaba
sobre la comida italiana y sus secretos: que si la salsa se debe hacer con los
ingredientes cárnicos, que si el queso debería ser parmesano para dar más sabor
a la pasta…
De
repente, como en un impulso divino o una ola arrebatadora proveniente de las
musas, la niña empezó a dibujar con su dedo en el cristal con visión opaca por
culpa del contraste entre el calor
humano que impregnaba el autobús y el frío del ambiente invernal. Y como si de
una artista se tratase, comenzó a diseñar un mural que pronto pudo ser
descifrado. Unas cuantas claves de sol salieron de forma mágica de su dedo
índice. Iba borrando y volviendo a dibujar en los espacios de cristal que aún
estaban disponibles.
Sin
comerlo ni beberlo, la señora se dirigió de nuevo a la niña para reprocharle su
falta de atención. La niña preguntó que cuántas paradas faltaban para poder
bajarse. Deseaba bajar de ese autobús lo más pronto posible para no perderse en
la televisión su película favorita: La
dama y el vagabundo. La mujer de pelo canoso y gafas bastante llamativas le
indicó que la siguiente parada era la suya y la niña saltó cual resorte para
pulsar el botón de stop que había
junto al asiento.
Un
frenazo del conductor hizo que el nombre de la niña resonase en medio de todo
el autobús alertando a sus pasajeros, mientras con un brazo se evitaba el
accidente:
- ¡¡¡Juliaaaa!!!
De
repente, se despertó sudando. Ese sueño venía a su cabeza alguna que otra vez.
Siempre se despertaba en el mismo instante, cuando su abuela chillaba su
nombre. Puede que el sueño formase parte de su subconsciente, pero no podía
evitar pensar que un mal presagio anunciaba.