jueves, 27 de agosto de 2015

La fiebre del siglo XXI





¿Cuál es la fiebre del siglo XXI? Muchos pensarán que lo es el dinero, la política o quizás ese mundo de ilusiones y sueños que nos creamos a medida que la vida avanza sin pausa. Sin embargo, puedo afirmar que lo que realmente está acabando con el mundo es la envidia.


El ser humano no se contenta con lo suyo propio sino que también tiene que adueñarse obligatoriamente de lo que es de otra persona. A veces ese ímpetu de conseguir algo ajeno hace que las personas sean cuanto menos “ineptas”. La envidia nos hace ser seres egoístas que no piensan en los sentimientos y las necesidades de los demás. Y como decía alguna de las frases que me inculcaron como lema en el colegio: “Vive y deja vivir” o “Mi libertad acaba donde empieza la del otro o cuando invades la de otra persona”. 


¿Por qué siempre aspiramos a lo que no tenemos en vez de ser seres conformistas? Sinceramente, no lo sé… Solamente soy consciente de que nos pasa a todos y cada uno de nosotros. Si no es porque quieres el pelo liso porque lo tienes muy rizado, es que tienes envidia de los rizos de la chica de clase que es tan guapa, con ojos azules y sonrisa preciosa. El problema no es realmente ese (a lo que llaman “envidia sana”), sino que esa “envidia sana” trasciende y acaba produciendo ira, celos y, en muchas ocasiones, maldad.


Homo homini lupus: este dicho latino tiene toda la razón. “El hombre es un lobo para el hombre” y quién diga lo contrario miente. El ser humano no puede quedarse sentado viendo como a otra persona le va bien la vida si él mismo no tiene cierto éxito y se siente satisfecho (casi nunca). Cuando alguien se siente así actúa de manera agresiva y amoral contra la otra sin importar el daño que pueda ocasionar o pueda producir. 


Con todo esto solo puedo decir que el ser humano no piensa en consecuencias, solamente actúa… y, a veces, antes de actuar hay que pensar. Como dijo una vez Bertie Charles Forbes: “Actuar sin pensar es como disparar sin apuntar”.


Hago de verdad un llamamiento para que seamos mejores, que seamos conscientes de todo lo que hacemos y de que una simple palabra malsonante puede hacer trizas a alguien. Un llamamiento a la cordura y a la generosidad. Todos somos iguales, sin excepción. El éxito se gana con valor, con paciencia y con esfuerzo, no con malos actos. 

viernes, 21 de agosto de 2015

La especialidad de la casa




  

Ella entró en casa y se sentó en el sofá. Estaba muy cansada por lo que se quedó traspuesta nada más apoyar la cabeza en el respaldo. Al poco tiempo se despertó por culpa del teléfono… ese teléfono que hacía mucho que no sonaba: nadie la llamaba. Por un momento Julia dudó si cogerlo, pero al fin contestó:
  

-¿Sí?...

-Hola Julia. Soy Pedro. ¿Qué tal estás?


Su mirada se perdió en la nada intentando dar una explicación a lo que estaba sucediendo. ¿Cómo una persona que te ha dejado tirada como una colilla puede llamarte después de tanto tiempo como si nada hubiera pasado?


-Julia… ¿estás ahí? – repetía Pedro con confusión.

-Sí, sí… perdona. Pues como siempre, y ¿tú?

-Bien, pero ese “como siempre” no suena muy convincente. ¿Quieres quedar y hablamos de cómo nos va la vida?


No daba crédito a lo que estaba escuchando al otro lado de la línea telefónica, pero tenía que dar una respuesta rápida y concisa.


-Sí, por supuesto. ¿Cuándo quieres quedar?

-Pues esta misma noche. Si te viene bien, claro…

-Vale.

-Pues a las nueve me paso por tu casa. Seguro que recuerdas cuál es mi cena favorita. Hasta luego, guapa.


¿Con qué derecho la hablaba de esa manera después de tanto tiempo? No pudo reaccionar a su última contestación porque inmediatamente colgó el teléfono. Eran las seis de la tarde y estaba agotada, aunque menos mal que pudo dormir un poco antes de que el teléfono sonase. Últimamente ese trabajo de cocinera en el restaurante Federico la tenía agotada. No salía de la cocina hasta las 4 y pico de la tarde y cuando salía a la calle parecía que hace mucho que no veía el sol. Normalmente llegaba a casa, se duchaba y se tumbaba en el sofá a jugar con el ordenador o a revisar todas sus redes sociales, en las que, ya sin ninguna sorpresa, no había novedades.


Y pensar que todo empezó por ir al cine de verano con su sobrina… Lorena había insistido mucho para ir a ver La dama y el vagabundo ya que era su película favorita. Julia, como buena tía, tenía que ceder. Allí es donde por casualidad conoció a Pedro. Él había ido también con su sobrino, Lucas, a ver la película. Cuando los dos niños se juntaron no quedó otro remedio que hablar con el adulto que acompañaba a ese niño tan pequeño de ojos verdes. Era muy guapo y “no hay mal que por bien no venga”. Intentó llevárselo a su terreno con su gran especialidad: la comida italiana.


-¿Sabes que trabajo en el nuevo restaurante italiano del pueblo?

-¿En Federico? – preguntó sorprendido.

-¡Sí! Y, ¿sabes qué? La especialidad de la casa, casualmente, son los spaguetti con albóndigas, como en esta película.

-¿Enserio? ¡Es mi comida favorita! – gritó sorprendido; tanto que algunos niños de los presentes se quejaron.

-Sí, así que si quieres algún día te los puedo preparar.

-Eso está hecho – dijo con ilusión Pedro.


Y así pasaron los días. ¿Quién podría pensar que dos personas pueden empezar una relación por unos spaguetti con albóndigas? Después de unos meses intensos juntos todo salió bastante mal así que Pedro, sin mucho criterio, decidió dejar de hablar a Julia de repente. No tuvo justificación alguna pero esa noche, a las nueve, se la pediría de una vez por todas.


Los spaguetti estaban casi listos y seguro que se podía oler hasta en el rellano. A Julia le encantaba inspirar el olor de la salsa con la que luego embadurnaría el plato. Un último repaso, se mezcla la pasta con las albóndigas  en salsa… y ¡listo! Justo sonó el timbre y tuvo que abrir a toda prisa si no quería que la cocina acabase incendiada. Pidió un momento antes de meterse en la cocina y al minuto el plato estrella estaba en la mesa.


La velada fue intensa y divertida pero todo se torció cuando Pedro con un movimiento bastante brusco intentó besarla. Ella lo evitó e hizo la pregunta que nunca tuvo respuesta.


-¿Por qué me dejaste sin más? Necesito una explicación.


Se despertó de golpe y vio que eran las ocho de la tarde. Había dormido demasiado, así que luego se tomaría un té de esos de “bien dormir”. Pero, ¿qué había soñado? ¿Con Pedro? Creía que lo tenía más que asumido, pero a veces el subconsciente traiciona. Estaba a punto de tener su respuesta, esa respuesta que ansiaba con tanta fuerza, pero tenía que asumir que nunca la tendría. 


Se levantó del sofá y comprendió que el restaurante Federico le traía demasiados recuerdos, sobre todo cuando cocinaba la especialidad de la casa.


sábado, 15 de agosto de 2015

La delicadeza





El azar te trajo hasta mí y probablemente fue el que te alejó. El azar hizo que me quisieras y quizás fue el que hizo que llegara a querer de nuevo. El azar me hizo la persona más feliz, pero también fue cruel conmigo arrebatándome lo que tanto necesitaba en ese momento: la ternura, tu ternura.


El azar hizo que ya no existieras más en mi vida y vivo casi en un dolor permanente. Me he refugiado en el trabajo, en las labores del día a día pero ya no sé qué hacer para seguir adelante. Casualmente he conocido a alguien. No es un chico que llama mucho la atención pero tiene bastante en cuenta mi delicadeza. No me tiene lástima por lo ocurrido, por cómo me pueda sentir porque tú no estás. Es natural y siento que voy a gustarle todos los días de mi vida. Por un mero instinto lo besé… ¡sí! Lo besé… sin darme cuenta de lo que hacía, y eso desencadenó todo lo demás: más besos, las citas… Aún hay chicos que tienen ternura y delicadeza con las mujeres. Además eso es lo que te caracterizaba, lo que tanto echo de menos y que creí que no iba a encontrar de nuevo. El otro día me subí en el coche con él y ¿sabes qué? Dentro del silencio él apretó el botón de encender en la radio y adivina lo que sonó… nuestra canción: El amor a la fuga de Alain Souchon. ¿Es una señal de que tengo que continuar con mi vida? ¿De qué tengo que continuar con el que me recuerda a tu ternura? ¿Con el que respeta mi delicadeza?


¿Existe el azar? ¿Existe el destino? ¿Existen las casualidades? Cuando estoy triste me pongo a pensar sobre todo lo que rodea mi existencia: quién soy, qué objetivo tengo que alcanzar, qué persona es mi media naranja… sin darme cuenta de que en muchas ocasiones las cosas suceden sin más. Puede que un día por la calle se me acerque un desconocido y me invite a un café, como ya hiciste tú un día o que un día se presente una nueva oportunidad de brillar, de volver a esa felicidad que todo el mundo, incluida yo, ansía con tanta fuerza.


La idea del azar está muy extendida para llamar a algo que no sabemos muy bien cómo funciona: a la idea del “tenía que pasar”. Cuando conocemos a alguien o nos pasa algo que se escapa a nuestro entendimiento decimos: “¡Qué casualidad!” ¿Casualidad por qué? ¿Qué es la casualidad? La casualidad es un conjunto de hechos que suceden sin más, que no se pueden controlar ni evitar (al igual que la idea del azar; van estrechamente unidas). A menudo estas casualidades o este azar va unido a la idea de las señales. ¿Señales de quién? ¿Qué quieren decir? ¿Quién las envía? Es entonces cuando la idea del azar se convierte en destino: alguien, no sabes con certeza quién, maneja los acontecimientos de tu existencia.


Con todo esto solo puedo decirte que vuelvo a ser feliz. Que gracias por enseñarme que las casualidades existen y que el azar no es solo una fantasía de la niñez. Gracias por todo François.


“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. 


               Casualmente esa sonrisa, la de Markus, coincide con la tuya.



                                           
                                            Con amor, tu adorable delicadeza, 
                                                                                Nathalie.






*Esta entrada está inspirada en el libro La delicadeza de David Foenkinos. La cita entre comillas es de parte del capítulo VII de Rayuela de Cortázar, que aparece en el libro del autor francés.

viernes, 7 de agosto de 2015

Todos nacemos artistas





Hace nada salió una noticia de un muchacho llamado Pablo Boixeda cuyo titular era: “Este joven ha sido el mejor alumno de matemáticas de Cambridge, y es español”, como extrañándose de que tal mente, bastante privilegiada, forme parte de este país. Aun así habrá algunos que aclararán que, por supuesto, se ha formado en Cambridge. Incluso él mismo afirma que en España es mucho más fácil descentrarse de los estudios porque se sale hasta las siete de la mañana (al contrario que en Inglaterra, que se sale hasta las dos). De todas maneras, no debemos olvidar que su motivación nació aquí y no en otro lugar. Eso nos hace reflexionar sobre algo: ¿Existe un país brillante sin mentes brillantes? ¿España es culpable por no dar oportunidad a estas mentes? Pablo Boixeda presume de “la gran burbuja de Cambridge” inexistente en otros lugares. Eso hace que nos planteemos una pregunta: ¿Tenemos que depender de una burbuja externa para brillar?


La sociedad de hoy en día no nos lo pone nada fácil. Estoy convencida de que todos tenemos un don, ¿pero por qué en tantas ocasiones no llegan a relucir? Una de las razones puede ser la tendencia de la educación y de la sociedad a estandarizar las mentes y la forma de pensar, no dejando que alguien piense diferente. Otra puede ser el miedo a ser rechazado por los que no piensan igual. A lo largo de nuestras vidas ese don y esa forma de pensar sigue en nuestro interior esperando a que demos el paso para liberarlo.


Pablo Boixeda habla de que “lo importante en Cambridge […] es que viven en la universidad […] Siempre estas rodeado de gente que está estudiando o dando clases y muchas veces aprendes cosas realmente interesantes de la carrera de tus interacciones con otras personas del campus”. Pero este joven español recalca que lo importante del sistema educativo es “poder acercarte al profesor”: muchas veces, en esta sociedad, es  un hecho imposible. 


Una meta imprescindible sería disfrutar con el trabajo que vas a tener para ser feliz, pero eso solo será posible si no nos cohibimos de estudiar lo que nos gusta. Pablo nos ofrece una gran reflexión sobre ello, una reflexión rotunda que yo me aplico cada día por haber estudiado filología hispánica: “Disfruto las matemáticas. Si simplemente estudiase por conseguir algún tipo de premio sin ninguna otra motivación, me pegaría un tiro”.


Decía Picasso que todos los niños nacen artistas y, ¿por qué dejar de serlo? Alcancemos nuestro mejor yo.