El
marqués se levantó de la cama como un día cualquiera y, saludando a su esposa,
procedió a desayunar. El ama de llaves era también la encargada de servir el
desayuno, muy variado y lleno de nutrientes. Además, iban a necesitar fuerzas
para que el comprador que estaba interesado en el castillo llegase a un buen
acuerdo económico.
Tras unas horas llegó el primer comprador. El ama de llaves
lo acompañó hasta su cuarto, la habitación de invitados, y salió de la
estancia. Pero, al día siguiente, tras una explicación algo fantasiosa y haber
dormido en el cuarto del marqués, marchó rápidamente con los caballos. Esto
sucedió con varios de los compradores. Pero llegó un día en el que el marqués,
cansado de que todos los intentos de compra le resultaran fallidos, se dispuso
a dormir en la habitación de invitados.
Esa noche se hizo
larga, pero a media noche sintió un gran escalofrío que le recorría la espalda.
Oyó ruidos de muletas, la paja crujir, el suave olor de la estufa… Entonces, su
mente le hizo recordar un acontecimiento que había olvidado. Aquella
noche de diciembre, cuando se encontró a la pordiosera durmiendo en sus
estancias… Evidentemente, el ama de llaves que en ese momento estaba trabajando
acabó despedida. Pero, el hecho es que aunque estaba olvidado, esa noche volvió
a su cabeza. Una mujer, una pordiosera se había colado en su castillo a dormir
gracias a la ayuda de Gertrudis, el ama de llaves. Cuando el marqués la echó de
la sala, la mujer se levantó de la paja, cayó con sus muletas al suelo y yació
detrás de la estufa.
Tras pasar una noche asustado por los ruidos que en la
estancia se producían decidió que su mujer, la marquesa, le acompañase en esa
empresa. Ella también conmocionada por lo ocurrido decidió llevar a su perro,
Rulfo, a la noche siguiente (ya se sabe que los perros tienen algo así como un
sexto sentido).
Entonces,
cuando llegó la medianoche, la paja empezó a sonar cerca de ellos. Y tras los
primeros ruidos de las muletas de la pordiosera contra el suelo el perro armó
un gran revuelo. Se oía paso a paso la trayectoria de la anciana. La estufa sería
el lugar de su muerte; allí recogida y con calor. El perro no paraba de ladrar.
Parecía que el fantasma de la anciana día tras día repetía el mismo itinerario.
La
marquesa huyó a la ciudad con los caballos y, cuando mandó ir a buscar a su
marido, él ya se había consumido por el fuego que él mismo había provocado
junto a la estufa.
*Texto
inspirado en La pordiosera de Locarno.